En el tatuaje contemporáneo hay una obsesión creciente por parecer más profesional de lo que se es. No basta con tatuar bien: ahora también hay que demostrarlo constantemente, muchas veces recurriendo a gestos vacíos, escenografías exageradas y una narrativa de “estudio premium” que, en el fondo, no resiste ni dos preguntas bien hechas.

Esto es lo que podríamos llamar el teatro del tatuaje. Y lo vas a reconocer fácilmente en estas escenas:

1. El ritual de la prueba de alergia

Algunos estudios ofrecen una supuesta “prueba de alergia” antes de tatuar. Aplican un punto mínimo de tinta y te dicen que esperes 24 horas a ver si hay reacción. La intención suena responsable, pero en realidad es solo eso: intención.

Porque esa prueba:

– No es médica,

– No es fiable,

– Y no reproduce en absoluto las condiciones de un tatuaje real, donde una enorme cantidad de pigmento va a quedar en la piel..la cantidad hace al veneno se suele decir.

Si tienes dudas reales sobre alergias, esto no sirve de nada. Y lo más preocupante es que muchos tatuadores la hacen sin saber qué están buscando exactamente, ni qué pigmentos están usando, ni qué diferencia hay entre esa gota superficial y lo que luego va a quedarse para siempre en tu piel. Es puro ritual vacío, aconsejado por el que les dió el curso, que básicamente era otro tatuador sin ninguna formación en alergología, pero que les convenció de que eso vende.

2. El calco con volumen, sombras y tinta hasta las cejas, no es exactamente teatro pero también lo meteré por aquí.

Otra escena típica es el uso de calcos con todo resuelto, : líneas, sombras, degradados… incluso rellenos. Lo que debería ser una guía mínima se convierte en una copia completa del tatuaje final. el calco es necesario, pero ha de ser mínimo para que la menor cantidad de pigmento indeseado penetre.

Esto se presenta como “precisión”, pero en realidad es falta de criterio y dominio artístico. Si necesitas calcar hasta el volumen, es que no sabes interpretarlo tú mismo. Y lo peor: estos calcos están cargados de tintas o pigmentos que no son biocompatibles, que se quedan en la piel y que nadie te ha explicado de dónde salen ni qué función tienen más allá de facilitar el trabajo del tatuador no las aceptes por muy veganas que te digan que son, normalmente son tintas epson y no son aprobadas por ningún organismo sanitario para acabar dentro de tu cuerpo, punto. Díselo a tu tatuador si es el caso y le veras balbucear excusas defendiéndose como gato panza arriba.

No se hace por ti. Se hace para no pensar mientras se tatúa.

3. El tatuador convertido en influencer (mal pagado)

Y por último, el acto final: el escaparate digital. Espuma brillante sobre el tatuaje, papel film reflectante, luces de estudio… y un tatuador hablándole a cámara con tono de gurú.

Lo grave no es que se enseñen los trabajos, sino lo que se transmite sin querer.

– Vídeos enseñando cómo se está copiando una imagen desde una tableta, con zoom incluido.

– A veces incluso calcando otro tatuaje ya hecho sobre la piel de otra persona.

– O dando consejos desde una supuesta autoridad que no se respalda con formación ni experiencia real.

No es contenido útil. Es contenido impostado. Y cuando alguien se graba hablando con convicción pero sin base, lo que transmite es inseguridad disfrazada de entusiasmo.

Conclusión: si tienes que fingir profesionalidad, probablemente aún no la tienes

Este tip no es una crítica al progreso ni a la estética, sino a la necesidad de construir fachadas en lugar de fortalecer el oficio.

No necesitas espuma, luces, papel mojado ni frases motivacionales para demostrar que sabes tatuar. Solo necesitas criterio, técnica y respeto por lo que haces.

Y si lo que haces requiere escenografía para parecer serio, entonces lo que tienes entre manos no es un estudio…

es un teatro.

4- El Piercing como Escenografía Quirúrgica ( No es tattoo, pero no puedo evita hablar de esto por lo absurdo de la escena)

En los últimos años, hacerse un simple piercing se ha convertido —al menos visualmente— en una especie de intervención médica de segundo nivel. Hay estudios que tumban al cliente, colocan campos estériles alrededor de la oreja, se enfundan en guantes como si fueran a practicar una endoscopia, y crean un ambiente que parece más sacado de una unidad de cirugía maxilofacial que de un local de tatuaje o piercing.

Lo curioso es que todo eso no responde a una necesidad higiénica real. Es una puesta en escena. Una forma de transmitir al cliente que aquello que está pagando —probablemente 50-60 euros por un pendiente que vale cinco— es algo muy serio. Muy profesional. Muy “seguro”.

La realidad es más sencilla:

Hacer un piercing correctamente no requiere montar un quirófano. Requiere material esterilizado, agujas desechables, guantes limpios y un poco de sentido común. Punto.

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