Puede parecer obvio, pero muchos clientes llegan a un estudio sin saber explicar bien lo que quieren. Y si tú no lo haces, alguien lo hará por ti. Normalmente, el tatuador.
Y aquí está el problema: si no has dejado claro lo que quieres, lo que vas a recibir será lo que él sabe hacer, lo que le sale rápido o lo que tiene más a mano, no necesariamente lo que tú tenías en mente. A veces te reconducen con buenas palabras. Otras veces ni se nota: simplemente te enseñan algo que “quedaría mejor así” y tú, confiado, asientes. Pero ese pequeño giro ya ha modificado tu idea original. Sin darte cuenta, has cedido el control.
Por eso, antes de ir a un estudio, necesitas tener tres cosas claras:
Uno, qué te gustaría tatuarte (aunque sea una idea general).
Dos, si ese estudio es capaz de trabajar ese estilo.
Y tres, qué nivel de libertad estás dispuesto a darle.
Y si tienes dudas, no pasa nada, pero dilo. Dilo claramente: “no sé cómo enfocar esto, pero me interesa que tenga este contenido y no quiero algo genérico”. Esa frase ya pone al tatuador en un tipo de mentalidad muy distinta. Ya no va a abrir Pinterest y empezar a calcar cosas, sino que sabrá que tiene que currárselo.
Llévale referencias si puedes. Ideas, imágenes, palabras clave. Dile si es un tatuaje íntimo o estético, si quieres algo simbólico o visualmente potente. Y sobre todo: hazle saber si tu idea es flexible o no lo es. Porque si no le marcas límites, él mismo los pondrá por ti.
Y repito: no es que todos los tatuadores intenten manipularte. Pero muchos funcionan por costumbre. Van a lo que conocen, a lo que les resulta fácil y rápido. Eso no siempre es malo, pero tú tienes que saber si es lo que quieres o no.
Este tip es simple pero crucial: si no comunicas bien tu idea, el diseño dejará de ser tuyo en cuanto entres por la puerta. Y el resultado final será una versión cómoda para el estudio, pero no necesariamente fiel a tu visión.