Existe una percepción generalizada —y equivocada— de que todo tatuador es un artista. Que, por el simple hecho de dedicarte a esto, tienes criterio visual, formación, dominio técnico y capacidad de crear desde cero. Pero basta con observar el sector desde dentro para ver que eso no es lo habitual.
La mayoría de tatuadores no vienen del dibujo, la pintura ni la ilustración. Vienen de cursos técnicos de corta duración donde se enseña a tatuar a partir de calcos, con referencias ya resueltas. Su habilidad se construye a base de repetición: repetir líneas, repetir plantillas, repetir soluciones visuales. Y muchos se sostienen profesionalmente porque han sabido elegir muy bien qué tipo de imágenes tatuar.
Hay muchos que, con una buena referencia, prácticamente se sostienen solos. Basta con saber calcar con limpieza y no cometer errores durante la ejecución. Lo difícil, en esos casos, no es hacerlo bien, sino estropearlo. Si el diseño ya viene equilibrado, si las líneas ya están definidas, el tatuador solo tiene que seguir la guía. Y eso lo puede hacer alguien con un nivel técnico medio, sin formación artística real.
De ahí surge la figura del “especialista”. No porque domine un estilo, sino porque ha aprendido a moverse dentro de una franja muy concreta de trabajo. Una zona cómoda, estéticamente segura, donde todo está medido de antemano. No compone, no crea, no interpreta. Ejecuta. Y mientras lo haga con limpieza, será aceptado —incluso admirado— por el público.
Y aquí entra el cliente, que muchas veces no solo no detecta esas limitaciones, sino que las justifica. Si algo se ve raro, si hay una proporción que no encaja, si los sombreados son sucios, los degradados pobres, la coloración, deficiente o si el conjunto no tiene lógica visual, la respuesta típica es: “Bueno, será su estilo”. Esa frase se ha convertido en un salvavidas para muchos profesionales que, en realidad, no están tomando decisiones artísticas, sino evitando tener que tomarlas y se escudan bajo la total ignorancia del que lo mira.
Este texto no busca atacar, sino abrir los ojos. Hay tatuadores con formación artística, y muchos que aún sin ella ejecutan trabajos fantásticos por pura técnica y buen gusto y eso también vale, de hecho al final es lo que perdura…el resultado.